Acabo de perder a mi papá. Él era mi todo, era el mejor
abuelo del mundo; me salvaba siempre, cualquier cosa que me pasara, él la
resolvía, si se descomponía algo en mi casa, él lo arreglaba; si no tenía cómo
llegar a algún lado, él me llevaba; si me perdía, él me encontraba y así, de repente,
sin más, se murió.
21 de marzo será una fecha marcada en mi corazón para
siempre, a papá le dolía el estómago hacía unas semanas, le mandaron a hacer
una tomografía, lo llevamos a hacerla un jueves por la noche, porque comenzó a
tener mucha comezón y el doctor internista con el que lo llevé nos dijo que era
urgentísimo saber si sus vías biliares no estaban tapadas. Recuerdo cada cosa
de ese día, yo venía regresando de trabajar, lo vi acostado, le dije lo que me
había dicho el doctor y le llamé a mi hermano. Decidimos llevarlo a Troncoso,
una hora… dos horas esperando en su sala de urgencias. No perdimos más el
tiempo y lo llevamos a un hospital privado a que le realizaran la tomografía.
Tardó mucho tiempo, mi hermano y yo estábamos cabeceando en la sala del
hospital, cuando a las 5:30 am nos llama la doctora: “Su papá tiene un tumor en
la cabeza del páncreas, es urgentísimo que comiencen a tratarlo”. Balde de agua
fría, a mi hermano se le comienzan a llenar los ojos de lágrimas. Sabemos lo
que significa: cáncer.
A él no le dijeron nada, nosotros tampoco. Nos regresamos a
casa y papá se fue a dormir, mi hermano se fue a su casa y yo me quedé
despierta, pues tenía una entrevista qué cubrir a las 6 am.
No podía dejar de llorar. Mi papá nunca se enfermaba, era
tan fuerte que pensé que podía con todo.
Ese día comenzó la lucha. Decidimos llevarlo a Centro
Médico, ingresando por urgencias. No se pudo. Burocracia, pura burocracia. La
burocracia decide si tienes oportunidad de salvarte o te condenan a muerte. Con
suerte logramos mover piezas en Troncoso para que nos proporcionaran una carta
donde le daban pase a Centro Médico Siglo XXI, después de 36 horas sin dormir,
lo logramos.
Conocimos a un doctor, jefe del área de sarcomas del CMSXXI,
Rafael Medrano, él fue nuestra salvación, pues nos atendía particularmente y en
Centro Médico. Nos dio esperanza, mesuradamente.
Papá quería vivir, tenía toda la fuerza del mundo para
vivir, su cuerpo cada día adelgazaba más, pero él no dejaba de comer, de tomar
sus medicamentos, de ir oportunamente a las citas. Nos dieron una esperanza: la
cirugía.
Mi papá se veía con más ánimo, ese halo de esperanza le daba
una razón “sí se puede, yo voy a vencer a esta chingadera”, decía. Él reía,
siempre.
Llegó el día de la cirugía, yo me quedé con él esa noche, lo
acompañé hasta las puertas del quirófano. Le dije te amo y me quedé con mi alma
pendiendo de un hilo. Las horas pasaban. No nos decían nada. Pensábamos que era
buena señal, pues si no podían retirar el tumor, lo hubieran cerrado luego luego
y pa’ fuera. Salió el doctor, habló con mi otro hermano, le dijo que hicieron
todo lo posible, pero que el tumor tenía vasos sanguíneos que comprometían la
vida de mi padre. No quedaba más qué hacer que comenzar con las quimioterapias.
Papá seguía fuerte. Su primera quimioterapia la pasó de
maravilla. No le dieron efectos secundarios. Así pasaron, dos, tres, cuatro.
Adelgazaba, perdía fuerzas, ya no podía caminar, le cansaba hablar. Hasta que
un día, después de 4 meses de lucha, de darle todo lo que pudimos, enfermó,
terminó en el hospital y dos días después de su internamiento murió.
Recuerdo que lo vi por última vez el viernes 26 de julio, le
di de comer, bromeamos, y las últimas palabras que le dije fueron: te amo,
papi, él contestó: y yo a ti mi niña. Nosotros nunca fuimos de externar
nuestros sentimientos, así que decir esas palabras era algo extraordinario.
La fiesta de cumpleaños de mi hijo fue ese fin de semana, él
me dijo días antes que por nada del mundo la cancelara. El sábado transcurrió
la fiesta sin ningún contratiempo. Al terminar, mis hermanos y yo fuimos al
hospital, para relevar a mi mamá, quien se había quedado todo el día con él. Esa
noche no dormimos. A las 6 am nos llama mi hermano, para decirnos que vayamos
porque mi papá se ve mal. Así lo hicimos y cuando estábamos a una cuadra del
hospital, nos llega un mensaje de voz de mi hermano “papá acaba de fallecer”.
El mundo se me vino encima, ¿y ahora?
Mi papá era el eje de mi familia. ¿Cómo le voy a hacer?, ¿cómo
voy a sobrevivir?
Así, de pronto, la vida está peor que nunca. No se le puede
poner pausa. Este mundo no te deja vivir un duelo. Al trabajo solo falté una
semana. Mi hijo estaba siendo diagnosticado con autismo. Mi madre perdió al
amor de su vida, juntos durante 42 años. Yo perdí a mi guía, a mi héroe. ¿Cómo
puede seguir uno en esas condiciones?
Lo más difícil del duelo es no poder ponerle pausa a la
vida. Van 3 meses, tres meses donde he tenido que continuar, donde me exigen lo
mejor en el trabajo y tengo que darlo; donde tengo que ser una mejor mamá; tengo
que ser una mejor hija y apoyar a mi mamá; donde tengo que ser una buena novia;
una buena amiga. Ya no quiero, ya no quiero tener que gastarme la poca energía
en complacer. Quiero ponerle pausa a todo.
Cumplo 30 años en noviembre. Treinta. Donde se supone debes estar en tu mejor momento como adulta. Con trabajo estable, relación estable, vida estable. Tan solo quiero volver a tener 6 años, y no pensar más.
¿Cómo seguir poniendo cara feliz en todo momento? ¿Cómo
seguir con las ganas de mandar a todos a la chingada? ¿Cómo seguir si el pilar
de tu vida se murió?
Difícil. Pero siempre he salido del hoyo.