miércoles, 9 de octubre de 2019

Estás a punto de cumplir 30 y tu vida está peor que nunca


Acabo de perder a mi papá. Él era mi todo, era el mejor abuelo del mundo; me salvaba siempre, cualquier cosa que me pasara, él la resolvía, si se descomponía algo en mi casa, él lo arreglaba; si no tenía cómo llegar a algún lado, él me llevaba; si me perdía, él me encontraba y así, de repente, sin más, se murió.

21 de marzo será una fecha marcada en mi corazón para siempre, a papá le dolía el estómago hacía unas semanas, le mandaron a hacer una tomografía, lo llevamos a hacerla un jueves por la noche, porque comenzó a tener mucha comezón y el doctor internista con el que lo llevé nos dijo que era urgentísimo saber si sus vías biliares no estaban tapadas. Recuerdo cada cosa de ese día, yo venía regresando de trabajar, lo vi acostado, le dije lo que me había dicho el doctor y le llamé a mi hermano. Decidimos llevarlo a Troncoso, una hora… dos horas esperando en su sala de urgencias. No perdimos más el tiempo y lo llevamos a un hospital privado a que le realizaran la tomografía. Tardó mucho tiempo, mi hermano y yo estábamos cabeceando en la sala del hospital, cuando a las 5:30 am nos llama la doctora: “Su papá tiene un tumor en la cabeza del páncreas, es urgentísimo que comiencen a tratarlo”. Balde de agua fría, a mi hermano se le comienzan a llenar los ojos de lágrimas. Sabemos lo que significa: cáncer.

A él no le dijeron nada, nosotros tampoco. Nos regresamos a casa y papá se fue a dormir, mi hermano se fue a su casa y yo me quedé despierta, pues tenía una entrevista qué cubrir a las 6 am.
No podía dejar de llorar. Mi papá nunca se enfermaba, era tan fuerte que pensé que podía con todo.
Ese día comenzó la lucha. Decidimos llevarlo a Centro Médico, ingresando por urgencias. No se pudo. Burocracia, pura burocracia. La burocracia decide si tienes oportunidad de salvarte o te condenan a muerte. Con suerte logramos mover piezas en Troncoso para que nos proporcionaran una carta donde le daban pase a Centro Médico Siglo XXI, después de 36 horas sin dormir, lo logramos.
Conocimos a un doctor, jefe del área de sarcomas del CMSXXI, Rafael Medrano, él fue nuestra salvación, pues nos atendía particularmente y en Centro Médico. Nos dio esperanza, mesuradamente.

Papá quería vivir, tenía toda la fuerza del mundo para vivir, su cuerpo cada día adelgazaba más, pero él no dejaba de comer, de tomar sus medicamentos, de ir oportunamente a las citas. Nos dieron una esperanza: la cirugía.

Mi papá se veía con más ánimo, ese halo de esperanza le daba una razón “sí se puede, yo voy a vencer a esta chingadera”, decía. Él reía, siempre.

Llegó el día de la cirugía, yo me quedé con él esa noche, lo acompañé hasta las puertas del quirófano. Le dije te amo y me quedé con mi alma pendiendo de un hilo. Las horas pasaban. No nos decían nada. Pensábamos que era buena señal, pues si no podían retirar el tumor, lo hubieran cerrado luego luego y pa’ fuera. Salió el doctor, habló con mi otro hermano, le dijo que hicieron todo lo posible, pero que el tumor tenía vasos sanguíneos que comprometían la vida de mi padre. No quedaba más qué hacer que comenzar con las quimioterapias.

Papá seguía fuerte. Su primera quimioterapia la pasó de maravilla. No le dieron efectos secundarios. Así pasaron, dos, tres, cuatro. Adelgazaba, perdía fuerzas, ya no podía caminar, le cansaba hablar. Hasta que un día, después de 4 meses de lucha, de darle todo lo que pudimos, enfermó, terminó en el hospital y dos días después de su internamiento murió.

Recuerdo que lo vi por última vez el viernes 26 de julio, le di de comer, bromeamos, y las últimas palabras que le dije fueron: te amo, papi, él contestó: y yo a ti mi niña. Nosotros nunca fuimos de externar nuestros sentimientos, así que decir esas palabras era algo extraordinario.

La fiesta de cumpleaños de mi hijo fue ese fin de semana, él me dijo días antes que por nada del mundo la cancelara. El sábado transcurrió la fiesta sin ningún contratiempo. Al terminar, mis hermanos y yo fuimos al hospital, para relevar a mi mamá, quien se había quedado todo el día con él. Esa noche no dormimos. A las 6 am nos llama mi hermano, para decirnos que vayamos porque mi papá se ve mal. Así lo hicimos y cuando estábamos a una cuadra del hospital, nos llega un mensaje de voz de mi hermano “papá acaba de fallecer”. El mundo se me vino encima, ¿y ahora?

Mi papá era el eje de mi familia. ¿Cómo le voy a hacer?, ¿cómo voy a sobrevivir?

Así, de pronto, la vida está peor que nunca. No se le puede poner pausa. Este mundo no te deja vivir un duelo. Al trabajo solo falté una semana. Mi hijo estaba siendo diagnosticado con autismo. Mi madre perdió al amor de su vida, juntos durante 42 años. Yo perdí a mi guía, a mi héroe. ¿Cómo puede seguir uno en esas condiciones?

Lo más difícil del duelo es no poder ponerle pausa a la vida. Van 3 meses, tres meses donde he tenido que continuar, donde me exigen lo mejor en el trabajo y tengo que darlo; donde tengo que ser una mejor mamá; tengo que ser una mejor hija y apoyar a mi mamá; donde tengo que ser una buena novia; una buena amiga. Ya no quiero, ya no quiero tener que gastarme la poca energía en complacer. Quiero ponerle pausa a todo.

Cumplo 30 años en noviembre. Treinta. Donde se supone debes estar en tu mejor momento como adulta. Con trabajo estable, relación estable, vida estable. Tan solo quiero volver a tener 6 años, y no pensar más.

¿Cómo seguir poniendo cara feliz en todo momento? ¿Cómo seguir con las ganas de mandar a todos a la chingada? ¿Cómo seguir si el pilar de tu vida se murió?

Difícil. Pero siempre he salido del hoyo.